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Kid Cannabis, el chico que construyo un imperio con la marihuana valorado en mas de 38 millones de dólares.

| jueves, 26 de marzo de 2009


¿Te suenan los nombres de Nate Norman o Torpher Clark? Hace algunos años conocí la historia de estos dos chavales que vivían en un pueblo llamado Coeur D´Alene en Idaho, Estados Unidos. Ahora, años después su historia pasa a la gran pantalla y en este 2009 se estrenara la película, “Kid Cannabis” relatara la historia real de los dos jóvenes que construyeron un imperio con la marihuana. La película ya tiene actores: Chris Marquette y Cam Gigandet serán sus protagonistas, dirigidos por John Stockwell. Esta historia la recuerdo muy bien ya que me llamo la atención como unos chavales pasaron de ser simples jóvenes a grandes traficantes donde manejaban cantidades de dinero desorbitadas, lo que mas me sorprendió fue la rapidez y facilidad en que lo consiguieron y hoy aun me pregunto en que destinaba su tiempo los agentes de la ley y como se puede hacer la vista gorda ante algo tan obvio que hasta el mas tonto del pueblo se podía dar cuenta. Ahora os contare un poco como fue, veremos que tal es la película cuando se estrene.

Kid Cannabis, Chico Cannabis:

Nate era un chico de 19 años, era un chico regordete y con cara de bebe bonachón, era de esos chicos de los que todos se burlaban, según contaban algunos de sus compañeros, y nadie podía imaginarse o podía malpensar de lo que seria capaz de realizar tiempo después. Abandono los estudios en secundaria y empezó a trabajar en un Pizza Hut de su pueblo, además ocasionalmente vendía unos gramos de marihuana donde se sacaba unos cuantos dólares. A Nate también le gustaban los autos. Cuando era chico, los arreglaba junto a su abuelo, quien se convirtió en la figura paterna cuando sus padres se divorciaron y su madre se mudó con los hijos a Idaho. Nate, el mayor de cuatro hermanos, se volvió protector de su madre. A pesar de sus malas notas, siempre trabajó mucho, en empleos malos, como en mantenimiento, telemarketing o un puesto en el Taco John del centro comercial.

Torpher era nueve años mayor que Nate, había sido criado como budista y había crecido en un barco, navegando el mundo con sus padres liberales hasta que se asentaron en Coeur D’Alene cuando él tenía 14 años. Aunque había soñado con abrir su negocio de repuestos de autos, cuando conoció a Nate estaba trabajando en un parque de diversiones, viviendo con su hermano y apenas se podía mantener. Torpher conoció al joven Nate ya que este le suministraba de vez en cuando marihuana y poco a poco fueron entablando amistad. Un día Nate le dijo a Torpher: “tengo un plan”, y ahí comenzó la trepidante historia protagonizada por estos chavales.

Nate recibía la hierba que vendía de vez en cuando de manos de un dealer de Spokane, Washington. Pero había escuchado que era muy fácil cruzar la frontera con Canadá –que está a una hora de Coeur D’Alene– y traer la famosa y en extremo potente marihuana que crece en British Columbia, conocida como B.C. Bud. Se decía que la ciudad de Nelson se había vuelto una especie de Shangri-La hippie, un lugar en el que, si tardabas más de diez minutos en encontrar a alguien que te vendiera una bolsita de marihuana, seguramente era porque ya estabas fumado.

Según fuentes oficiales, la venta de B.C. Bud se ha convertido en una industria de 7 mil millones de dólares anuales. Aunque la marihuana es ilegal en Canadá, la tolerancia estatal es mucho mayor que en los Estados Unidos. Tienen leyes temporales y penas que nunca son demasiado severas. “A los estadounidenses les gusta pensar que pueden detener esto”, dice Donald Skogstad, un abogado defensor de British Columbia que se especializa en casos de drogas. “La frontera canadiense es cinco veces mayor que la mexicana. No hay vallado, no hay ninguna barrera, sólo una cortina de árboles. Ahora están atrapando a los más torpes. Si lo haces bien, no te pueden atrapar nunca.”

Una vez que Nate explicó su plan de tráfico, él y Topher se dieron cuenta de que lo primero que tenían que hacer era juntar el dinero para realizar una compra. Para empezar el negocio Torher restauro un viejo hidroavión, lo llevó hasta la banquina de la autopista y a los pocos minutos lo vendió por 1.500 dólares. Los dos amigos tenían grandes planes, la idea resultó ser un manual de economía de negocios: comprar de a poco, vender mucho y eliminar al mediador.

La primera vez que transportaron marihuana, Nate y Topher viajaron hasta Creston, una pequeña ciudad rural justo en la frontera. Una vez que llegaron, recorrieron los bares locales buscando una conexión. No les llevó mucho tiempo, unos minutos más tarde, estaban en un departamento haciendo su primer arreglo: 1.400 dólares por medio kilo de B.C. Nate condujo de vuelta al otro lado de la frontera, mientras Topher, quien había sido designado mula, comenzaba el largo camino a través del espeso bosque. Era tarde, se había puesto un traje camuflado, y llevaba su ropa en una mochila. Era un trayecto sobrecogedor. Topher no sólo estaba preocupado por los agentes de la ley sino también por los osos y los leones de montaña, y quería alcanzar territorio norteamericano antes de que oscureciera. El y Nate habían comprado unas radios para comunicarse y arreglar dónde encontrarse.

Una vez a salvo en territorio de los Estados Unidos, los socios se encontraron con sus amigos en un restaurante Outback. Eufóricos por el éxito de su primera excursión, le mostraron la hierba a sus amigos, que era –debieron admitir– una hierba bastante mala para turistas. “La B.C. Bud es realmente buena”, dice Scuzz, quien fue sumado al equipo como dealer. Pero la calidad no les impidió avanzar. Por las calles de Coeur D’Alene, Scuzz y los demás vendieron todo en un par de horas.

Habiendo duplicado la inversión inicial en un solo día, Nate y Topher pronto planearon una segunda excursión. Esta vez, comprarían un kilo. Antes de que se dieran cuenta, habían pasado de luchar por poder cargarles nafta a sus autos a manejar una gran empresa de marihuana de miles de dólares por día.

Mientras el negocio crecía, los chicos encontraron a un par de proveedores de Nelson –“la capital norteamericana de la cultura de marihuana”. La lejanía de Nelson la convierte en un terreno ideal para cultivadores. Tan así es que la ciudad, de 10 mil habitantes, tiene su propia moneda.

En la calle principal está el Holy Smoke Culture Shop, una casa blanca con una hoja de marihuana gigante pintada en el costado. Junto a la hoja hay un perfil de Peter Tosh que podría competir con los retratos de Stalin en la era soviética. Holy Smoke es la tienda más importante; en Nelson, funciona casi como la municipalidad. Mochileros, snowboarders y fumones llegan ahí desde todas partes para fumar porro abiertamente y comparar alguna de las variadas cepas de B.C. Bud.

Para satisfacer la demanda, Nate y Topher involucraron a sus amigos en la operación. Además de Scuzz, incluyeron a un amigo de Topher, Tim Hunt, un chico de 19 años cuyo padre se había suicidado; el mejor amigo de Scuzz, Rhett Mayer, un chico inteligente que jamás tocó un porro pero los llevaba en auto hasta la frontera; y Dustin Lauer –un amigo de Nate–, alias “La Roca”. Los dealers raramente iban a la frontera.

Topher siguió siendo el principal viajero, llevando unos mil dólares por viaje. También estaba a cargo de los nuevos reclutas. El grupo enseguida se equipó con elementos carísimos, desde botas nuevas hasta anteojos de visión nocturna, y un dudoso spray que se suponía los hacía inmunes a los detectores de calor.

Los traficantes cruzaban la frontera de a seis, llevando enormes bolsos cargados de efectivo (hasta 400 mil, una vez). En Canadá, se encontraban con sus contactos de Nelson en una vieja calle cerrada e intercambiaban el dinero por la marihuana. Volvían esa misma noche. Una vez de vuelta en los Estados Unidos, un camión pasaba y recogía la hierba. Topher y sus hombres pasaban el resto de la noche en los bosques y eran recogidos cerca del amanecer. Aparte de lo agotador de caminar tanto, tuvieron otros inconvenientes. Una noche, Topher se topó con un agente de la dea que se había quedado dormido en su auto. Otra vez, se perdieron y casi se mueren congelados.

Nate y sus amigos de repente estaban ganando –y gastando– cifras incalculables. Se compraron 4x4, jet skis, televisores de plasma, joyas. Excepto Topher, todos eran adolescentes o veinteañeros, lo cual hacía que su estilo de vida fuera más llamativo. Estaban comprando o alquilando enormes casas con vista al lago, una de ellas sólo para depositar el dinero y la droga. La casa de Nate tenía ocho dormitorios.

Tal vez por falta de viveza, los chicos ignoraron una máxima de Scarface: nunca te drogues con tu propia mercadería. “Fumábamos todos los días”, contaba Scuzz. “Nate y yo nos agarrábamos las mejores bolsas. No creo haber estado sobrio ni un día en tres años. Era mucho trabajo de campo. Buscábamos clientes. Y para eso, hay que estar en la casa de un tipo, fumar con él. Entre tanto, nos armábamos un par de porros y jugábamos a los videojuegos.”

Ese comportamiento, aunque lo disfrutaron, los llevó a cometer errores. Nate decidió que necesitaba un Cadillac Escalade. Mandó a un par de sus chicos –con 40 mil dólares en efectivo– a comprarle uno a un tipo de Dakota del Norte. “Los idiotas”, dice el detective Terry Morgan, que investigó el caso, “llevaron una video cámara”.

“Es como mirar El mundo según Wayne ”, dice Cikutovich, abogado de Nate. “Se filman a sí mismos fumando porros. Después llegan y el Escalade no está, y empiezan a decir: «¡Loco! ¡Vamos a buscar a este tipo y cagarlo a palos!»” Al fin, Nate le compró el Escalade a un tipo de Seattle, diciéndole que había ganado el dinero apostando.

“Hacíamos un montón de estupideces”, murmura Scuzz. “Vivíamos en una ciudad en la que si cambias el auto, el tío de tu mamá se entera inmediatamente. Y nosotros ganábamos millones. Pero éramos unos nenes de 18 años, y no pensábamos en el largo plazo. Todo nos importaba un carajo.”

Nate estaba empezando a cambiar. Su presencia siempre había sido tolerada por su sonrisa. Ahora, de golpe, era Tony Montana. Se había vuelto caprichoso e irrespetuoso. Además había empezado a tomar cocaína, lo cual lo ponía paranoico. Todos habían acordado no tener armas. Pero, con tanto efectivo a mano, Nate compró una Mac-10.9 mm y un rifle ar-15.

“Pasó de ser un introvertido a pensar que era un narco intocable”, dice Topher. “Iba con sus anillos y sus diamantes, escuchando hardcore rap. Era la imagen perfecta del dealer. Y la gente empezó a tenerle miedo, porque tenía dinero y poder.” Con una novia stripper, armas y drogas gratis, la transformación de Nate estaba casi completa.

Una noche, durante una fiesta alocada en la casa de Tim Hunt –150 personas– se armó una pelea por una chica. Uno de los chicos se fue y regresó con un grupo de amigos, destruyeron la casa después de derribar la puerta y se pelearon con todos. La gente empezó a tirar muebles por las escaleras. “Si veías a alguien que no conocías”, dice Scuzz, “le dabas con algo”. Tim terminó saliendo con su .45 mm y disparando al aire. Pero en la casa había tanto barullo, con la música y las peleas, que nadie lo escuchó. Entonces Nate, que estaba totalmente borracho, agarró otra Magnum, pero la disparó dentro de la casa. “¿Alguna vez disparaste una Magnum 45 en una casa?”, pregunta Scuzz. “Era como si hubiera estallado una bomba.” Las chicas empezaron a gritar y la gente salió corriendo.

Scuzz y su novia consiguieron llegar a su Lexus y partieron, pero los detuvieron cinco policías, quienes hicieron bajar a Scuzz del auto y ponerse contra el capó con las manos detrás de la cabeza. Al rato se dieron cuenta de que Scuzz no tenía armas y lo dejaron ir.

La noche siguiente hicieron otra fiesta en la misma casa.
A esa altura, la operación se había expandido al punto de incluir al menos 32 personas. Hacían entre cuatro y seis viajes por mes, moviendo cientos de kilos de B.C. Bud a California, Montana y otras partes de Idaho.

Topher, de todos modos, se estaba empezando a angustiar. Ya había intentado dejar todo, pero Nate había aumentado su paga a 8 mil dólares por viaje. “Seguí haciéndolo. Pero me dije: «Esto va a terminar mal».” Trató de advertirle a su amigo que estaba siendo muy ostentoso, pero Nate se rió y le dijo que no pararía hasta estar preso.

Finalmente, Nate no cayó por su propia codicia sino por no prestarle atención a una de las leyes básicas del capitalismo, nunca subestimes a la competencia. El rival más importante de Nate era un chico llamado Brendan Butler. Nacido en Corea, Butler había sido adoptado a los 2 años por una familia de clase media acomodada de Hayden Lake, un suburbio de Coeur D’Alene. Su familia y sus amigos lo llamaban Wang, que en coreano significa “principito”. Butler era un chico petiso y excepcionalmente inteligente. Se graduó muy rápido y con honores en la prestigiosa Gonzaga Preparatory School de Spokane.

Pero, en vez de ir a la facultad, Butler tuvo una epifanía similar a la de Nate. Al terminar el colegio, organizó su propia operación de tráfico. Y, como Nate, no perdió tiempo en desarrollar su personalidad de gánster. Andaba en un El Dorado con vidrios polarizados y placas trucadas, y comenzó a tomar cocaína y OxyContin.

En un mercado tan pequeño como el de Coeur D’Alene, era evidente que habría problemas. Nate y Butler “estaban tras los mismos clientes”, dice el detective Morgan. La gente que trabajaba con ellos invadía el territorio del otro. Y como dice Topher, “se volvió una situación muy tensa”.

Butler conoció a un matón de 33 años sin antecedentes criminales, Giovanni Mendiola, Gio para los amigos. Butler se encontró con Mendiola en Coeur D’Alene y le dijo que quería que le robara a Nate y a Scuzz y que luego los matara. Mendiola acordó hacer el trabajo por 100 mil dólares. Unos días después, Mendiola se registró en un hotel junto a su hermano Eddie y dos hombres más. Butler les prometió cinco mil dólares de anticipo, y los acompañó de compras a Kmart, donde adquirieron zapatos negros, pantalones, guantes y rompevientos, además de unas lonas para trasladar los cuerpos. También los proveyó de armas: dos rifles, una Magnum 357, una .9 mm y un revólver Tech 9. Mendiola había llevado su propio cuchillo. Planeaba cortarle los dedos a Nate y a Scuzz.

Una noche de junio de 2002, mientras Butler daba una enorme fiesta-coartada para no terminar implicado, Mendiola y su equipo entraron en la casa de Scuzz. Scuzz y su novia, Crystal Stone, no oyeron nada hasta que un grupo de hombres armados, con las cabezas rapadas y barbas candado, abrieron de una patada la puerta de su dormitorio y comenzaron a gritar en una mezcla de inglés y español. Crystal, que estaba desnuda, fue atada y amordazada, mientras Scuzz fue forzado a revelar dónde se encontraban la droga y el dinero. Después de robarle a Scuzz, los hombres lo dejaron ir. De vuelta en Spokane, dividieron ganancias con Butler e hicieron planes para regresar a terminar el trabajo.

Mientras tanto, la gente de Nate empezó a ponerse nerviosa. El robo había potenciado la paranoia general. “No sabíamos que había sido Butler”, contaba Topher. “Creímos que podía ser alguien de otra ciudad.” El día posterior al robo, Scuzz se mudó y comenzó a dormir con una Tech 9 bajo la almohada.

Ese verano, Nate se quebró los dos brazos en un accidente de moto y se fue a vivir con Buffy. “Fue una época mala”, recuerda ella. “Nate tenía los brazos enyesados. Yo me estaba recuperando de la cirugía.” Levanta los pechos para ilustrar la frase. “Y mi gato Titty Bar Bob se había roto la espalda y se había vuelto adicto a los calmantes. Trepaba a las paredes para que se lo diera. Fue un verano extraño.”

En Spokane, Mendiola estaba poniéndose furioso con su cliente. Butler todavía le debía el anticipo acordado y todo el tiempo le daba información errónea.

Nadie sabe con certeza qué pasó el 11 de octubre, cuando Mendiola y sus hombres se encontraron en un descampado cerca de Hayden Lake. Butler planeaba mostrarles a los hombres un lugar alejado en donde podrían dejar los cadáveres. Pero en determinado momento, su artificial personalidad de gangsta irritó a este grupo de verdaderos gánster. En lo que la policía describe como una disputa por dinero, Mendiola atacó a Butler. Mientras su hermano y los demás miraban azorados, Mendiola comenzó a estrangular al petiso de 22 años. Siguió ahorcándolo hasta que le salió sangre de la boca y la nariz. Cuando Butler estuvo muerto, Mendiola le cortó el cuello varias veces con el cuchillo, para hacer desaparecer sus huellas. Los hombres dejaron el cadáver de Butler en el bosque y se dirigieron a uno de sus depósitos para llevarse casi treinta kilos de marihuana.

El departamento de policía de Coeur D’Alene sabía de Nate y su gente, pero los agentes estaban muy ocupados como para molestarse por unos dealers de marihuana. “Eran casos menores”, dice el detective Morgan. “Nosotros estábamos allanando tres laboratorios de metadona por semana”-no me creo ni la mitad, tenían toda la pinta de estar comprados la verdad-.

Un mes más tarde, un leñador descubrió el cuerpo de Butler. “Entendimos que no eran sólo chicos comprando porro y autos caros”, dice Morgan. “Había un muerto.”

Los investigadores pronto rastrearon a Mendiola, y tras descubrir su número en el teléfono celular de Butler, el grupo fue arrestado en marzo de 2003. La policía también empezó a vigilar a la gente de Nate.

Cuando la noticia del asesinato salió a la luz, Nate y su gente empezaron a temblar. “Todos acusaban a los demás”, dice Topher. Las cosas se habían puesto más pesadas de lo que ninguno había imaginado. Entonces comenzaron a pensar en disolver el negocio y retirarse o dejar la ciudad.

“Yo pensaba: «Butler está muerto, ya ganamos todo este dinero, tenemos que dejar todo»”, recuerda Scuzz. “Nate había alquilado una casa en San Diego. Era como de televisión. Con nueve habitaciones. Una pileta cubierta. Era enfermante.”

El grupo se juntó en la casa de Tim Hunt, en abril de 2003, con la idea de partir a las 6 am. “Todos llegamos a horario, pero no partimos a horario”, dice Scuzz. “Alguno no había empacado. Otro no había guardado las motos. Si hubiéramos salido a tiempo, no sé qué hubiera pasado. Pero nos quedamos ahí sentados como unos fumones, y recién a las 9 estuvimos listos para partir. Justo ahí llegó la policía.”

La casa de hunt era uno de los sitios que estaba bajo vigilancia. Cuando la policía vio un rifle, decidió actuar. Y encontraron armas, dinero, marihuana y computadoras. Morgan pasó el resto del verano mandando informantes y tratando de crear un caso contra la banda. En noviembre, el departamento de policía, trabajando en conjunto con el FBI, realizó catorce arrestos, incluyendo los de Scuzz, Topher, Hunt, Rhett Mayer y Buffy. La banda fue acusada de traficar al menos siete toneladas de B.C. Bud, por un valor de unos 38 millones de dólares.

Nate, quien quedó en el último lugar, decidió entregarse. Contrató como abogado a Frank Cikutovich, cuya dirección de mail comienza con las letras “fuck dea” y cuya tarjeta personal, al abrirse, descubre un papel para armar. Cikutovich recuerda la reacción cuando acompañó a su cliente a la estación de policía. “En su cabeza, era como haber atrapado a Noriega”, dice. “Y ahí estaba Nate, todo chiquito, con cara de que su mamá lo venga a buscar. ¿Este es el tipo que orquestó una operación multimillonaria? Parece el chico que trae la pizza.”

Nate le había prometido a sus amigos que si todo se venía abajo, él cubriría los gastos legales. Pero una vez que los atraparon, los chicos no perdieron tiempo en abrir la boca. “Contaron todo”, dice Scuzz. “Si dicen que nos dan diez años, ellos piensan: «A la mierda, igual tengo 18».”

Cuando los casos entraron en juicio en 2004, Nate había sido retratado como el rey de un imperio de la droga. Scuzz y Topher fueron sentenciados 30 meses de prisión; la mayoría de los demás, entre 30 y 46. Nate fue declarado culpable de cinco de las cincuenta y nueve causas en su contra y recibió una sentencia de doce años; diez años de la sentencia son de cumplimiento mínimo y sin posibilidad de libertad condicional. Giovanni Mendiola fue declarado culpable por la muerte de Brendan Butler y recibió condena perpetua con opción de libertad condicional después de ocho años.

Nate, quien actualmente está apelando su sentencia, se negó a dar entrevistas. Justo antes de ir a prisión, habló brevemente con un periodista del Spokesman-Review y dijo: “No soy el jefe de los traficantes. Nunca le dije a nadie qué hacer”. El periodista dijo: “[Nate] sonreía y su cuerpo estaba relajado, con la actitud de alguien que acaba de tener una gran aventura”.

Buffy fue condenada por posesión y actualmente se encuentra bajo libertad condicional. Como parte de su sentencia, el juez le ordenó usar una llave atada al cuello como un recordatorio para no desviarse. Buffy se compró cuatro llaves: una de oro, una de oro blanco, una con el conejito de Playboy y otra de oro blanco y diamantes. Armó una carpeta con los recortes periodísticos de las notas que salieron sobre el juicio, adornadas con globos de historietas en los que los personajes “dicen lo suyo”. El día de su arresto, por ejemplo, su globo dice: “¡Este debe ser mi día de la suerte!”. Junto a una pipa, un titular reza: “12 años”. Debajo de la foto del juez de la causa, dice simplemente “Mr. Right”.

Nate y Buffy siguen siendo novios. Hablan una vez al mes. En estos días Buffy suele hacer sus shows de strip al ritmo de canciones que dicen: “Te extraño”, como “Miss You”, de Simple Plan y, su favorita, “Wish You Were Here”, de Pink Floyd.

Mientras tanto, Scuzz evadió la prisión yendo a un campo de reclutamiento, y actualmente cumple su condena en una institución cerca de Long Beach. Nos encontramos en un Jack in the Box cercano al garaje en el que trabaja seis días de la semana. A través de la ventana espejada, tras la bruma del desierto, pueden verse las montañas. Scuzz odia la institución y su trabajo. Pero sigue con su novia, Crystal, a quien describe como “una chica testaruda”. “Por culpa mía casi la matan y ella sigue conmigo”, agrega. “Todo el mundo me pregunta si me arrepiento de lo que hice. La respuesta es no, ni loco. Me veo a mí mismo como un entrepreneur, aunque lo hice por el lado equivocado. Pero a los 22 años hice más que lo que la mayoría de la gente hace en toda su vida. Me cagué de risa. Teníamos miles de mujeres. Fumé todo el porro que quise. Cualquiera que diga que se arrepiente de eso es un imbécil. Si lo dicen es para complacer a los demás. A mí no me importa. La pasé genial.”

Fuentes: www.rollingstone.com